¿Sabes realmente qué es lo que quieres?

¿Sabes realmente qué es lo que quieres?

Seguramente, Querida Lectora y Estimado Lector, habrás presenciado más de una vez una situación que hoy me llamó la atención en un centro comercial. Un niño pequeño, sentado en su carrito, se encaprichó de repente y no había forma de complacerlo. La joven madre quería girar a la izquierda, pero él insistió en coger el carril derecho. Cuando finalmente con sus gritos consiguió que la madre cumpliera su voluntad, resultó que tampoco era lo que quería. Entonces, ¿qué quería? Quién podría saber qué quiere un niño pequeño, que no comprende sus propias necesidades ni es capaz de expresarlas… Tal vez estaba molesto por el ruido del lugar, o la luz era demasiado fuerte, tal vez tenía sed, sueño, necesitaba encontrarse en los brazos de su madre, o incluso estaba influenciado por las emociones de ella y reaccionó como supo. Una situación bastante común y, a menudo, incómoda para nosotros, los adultos, principalmente para los padres o tutores, pero también para participantes aleatorios o espectadores de ese tipo de “escándalos” ocasionados por los peques. Observándolo desde fuera y sin estar involucrada de ninguna manera en lo que presencié, de repente me di cuenta de una verdad que se aplica a todos nosotros, es decir, a todos los adultos.

Porque después de todo, muchas veces nos comportamos exactamente como ese niño pequeño. Algo nos pasa. Nos llenamos de resentimiento, ira, apatía, falta de voluntad, ansiedad, depresión, culpa o un enojo generalizado contra todo y todos. Culpamos a los que nos rodean por lo que sentimos. Generalmente, echamos la culpa por toda la maldad existente en el mundo a los políticos, a la Iglesia, a los curas, a los bancos y banqueros, a los ricos o a los emigrantes, y sobre todo a la televisión, y ahora también a Internet, Facebook o Instagram. En casa nos molestan nuestros seres queridos, parejas, padres o hijos, a veces los suegros o una vecina entrometida. En el trabajo el jefe o la jefa, una compañera irritante o un amigo irresponsable se convierten en una angustia insoportable. Todo el tiempo nos acontecen desgracias y, definitivamente, pensamos que otros tienen una vida mejor, que a otros les resulta más fácil ganar dinero; que trabajan peor y tienen más, que tienen mejores hijos y lograron conseguir mejores parejas…
Seguramente aquí he omitido algo y se podrían añadir infinidad de elementos a esta lista, pero eso lo dejo a tu propia invención, Querido Lector y Simpática Lectora. ¿Tienes tales experiencias? ¿Sucede que tus pensamientos, de manera completamente inconsciente, y parece que independientemente de tu voluntad, giran en torno a los contenidos y temas que he esbozado? ¿El contenido de tus diálogos internos, monólogos, o las interminables peleas contigo mismo o con los demás, está muy lejos de lo que aquí he presentado? Tal vez podrías enriquecerlos con un montón de temas y argumentos adicionales. Perfecto, déjame volver a la pregunta: ¿Qué te ocurre realmente? ¿Por qué estás peleando tus batallas internas? ¿Con qué estás tan obstinadamente en desacuerdo? ¿Contra qué has estado protestando durante años? ¿Qué o a quién temes? ¿Quién y por qué te hace sentir culpable, ansioso, solo, rechazado, inferior, avergonzado o enojado?

Muchas preguntas y, lo sé, no son preguntas fáciles. No queremos encontrarnos con estas preguntas, y menos aún queremos responderlas. Las respuestas a menudo son difíciles, a menudo dolorosas, y a menudo no queremos tener nada que ver con ellas.

Las respuestas a las preguntas anteriores requieren tocar nuestras emociones escondidas, con frecuencia enterradas muy profundamente en el olvido. Estas emociones se han convertido en parte de nuestro subconsciente e inconsciente. Estas emociones están incrustadas en la estructura de nuestra personalidad como piezas fijas de códigos y algoritmos que pilotan todo nuestro comportamiento. Puedes imaginarlas como cristales, cadenas de números como en los programas de ordenador u otras formas que «desde abajo», desde el subconsciente, como desde el asiento trasero del auto en el que está sentado el jefe, deciden en qué dirección vamos. Desde fuera ves al conductor y piensas que es él quien decide. Nada podría estar más equivocado. El conductor solo sujeta el volante. Decide alguien diferente. Estamos exactamente en la misma situación. Te parece que tú mismo, o sea tu mente, está dirigiendo, que lo que estás pensando es relevante, lógico y coherente. Crees, por supuesto, ser objetivo y narrarte la única verdad, y, como no, tener la razón y que esta es la única razón que puede existir… Bueno, tu mente y tus hábitos son como un conductor de coche. En realidad, tú estás al volante, pero el jefe decide desde el asiento trasero.

Míralo, reconócelo y no te dejes mangonear por él. Llega un momento en cada vida en el que uno necesita mirar sus emociones y darse cuenta de lo que hay debajo. Lo sé, mucha gente dirá que no siente ninguna emoción, o que no siente nada, o que fue hace mucho tiempo y ahora ya no importa. Para saber si eso es verdad, vuelve a leer este post desde el principio. Si nada de lo que escribí antes te está pasando, si tus pensamientos habitualmente giran en torno al agradecimiento y la alegría, si el amor por todos y por todo es lo que normalmente te llena, si estás ajeno a compararte con otros, si nunca juzgas ni condenas. Si estás lleno de energía y no sabes qué es el cansancio, la fatiga, la falta de ganas o la falta de fe en un mañana mejor, entonces realmente ya no tienes nada más que hacer y no pierdas el tiempo leyendo este post. Sin embargo, si encuentras algo en esta descripción que te describe, entonces acércate a sus emociones.

Da los primeros pasos, recuerda algo que preferirías no recordar. ¿Quizás algún día difícil y malo en la escuela? ¿Un juicio injusto, una burla de otros? ¿Sentimientos de inferioridad, soledad, rechazo? ¿Vergüenza por una ropa pobre o la borrachera del padre que todos sabían? ¿Quizás una paliza que sufriste? Estas y otras emociones aún viven en ti. Hay que permitirles manifestarse, desbloquear su poder destructivo, dejar que fluyan a través de ti y dejarlas ir. De esta forma también liberarás mucha fuerza y energía que están obligadas a mantener bajo control lo que no quieres recordar.

Da pasos concretos hacia ti. Tal vez será una oración, tal vez la meditación, tal vez gestos de bondad hacia ti mismo, mostrándote bondad, gratitud y respeto. Expresa el aprecio por todo lo que has hecho, sufrido y por lo que eres. Ámate a ti mismo y abrázate como si fueras un niño o una niña pequeña.

Estos son los primeros pasos necesarios para que esas emociones tuyas quieran mostrarse ante ti, que confíen en ti y que tú las puedas liberar. Una vez que las sientas, llámalas. Ponles nombres, tal vez sea tristeza, tal vez vergüenza, tal vez miedo, enfado o ira. Reconoce estas emociones y siente que existen en ti.

Aquí es donde comienza la liberación. Te lo contaré en el próximo post.

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