No cierres los puños

No cierres los puños

De la nada, sin ninguna razón aparentemente lógica y justo en medio del ajetreo y el bullicio de una calle de Madrid, desde algún lugar en lo más profundo de mi memoria surgió una historia que escuché hace decenas de años. Una historia que posiblemente cualquier madre podría contar. Entre dos hermanos existía una constante y feroz guerra por todo. Si la hermana menor quería jugar con un osito de peluche, el hermano mayor le arrancaba el osito de las manos, si estaba con una muñeca, él también de repente quería la muñeca. Si el hermano sacaba sus cochecitos, ella también quería jugar con ellos. Sin embargo, a los dos les gustaba un juguete de una manera especial y era motivo de gritos, berrinches, peleas, intervenciones de los padres, etc. Un día, todo empezó según el guion ya conocido. La hermana menor cogió el juguete y, cuando empezó a jugar, el hermano llegó corriendo como de costumbre para arrancar el peluche de sus manos. Y entonces sucedió algo extraño. Ella, en lugar de agarrar el juguete con las dos manos y correr gritando al rescate de su madre, de repente miró al hermano y extendió las manos diciendo: aquí lo tienes, tómalo. El niño se quedó paralizado en su lugar y no alargaba la mano. Tómalo, dijo la hermana, y luego él, vacilante, de mala gana, tomó el peluche. Lo abrazó por un momento, se dio la vuelta, lo miró y de repente se lo devolvió diciendo: «en realidad, ya no lo quiero».

 ¿Qué impulso permitió a esta niña cambiar su comportamiento? No lo sabremos nunca, pero observa los efectos inesperados que produjo, Querida Lectora y tú, Estimado Lector. En primer lugar, se evidenció (lo que era de esperar) que no era realmente el juguete lo que importaba en esta historia, sino la lucha por él. El sentimiento de poder, la dominación, la necesidad de poseer, la lucha por las influencias es lo que realmente era el motor de la competencia constante, e incluso de las peleas entre hermanos.

Cuando la hermana menor renunció libremente y de manera autónoma al objeto de deseo, resultó que el objeto ya no era atractivo. Su valor radicaba en poder conquistarlo por la fuerza y ​​marcar así el propio poder y no en el objeto como tal. Quizás sonríes pensando que «los niños son así». ¿De verdad crees que solo los niños son así?

 ¿Cuántas veces tenemos en nuestras manos apretadas lo que nos parece ser absolutamente necesario para nuestro bienestar, felicidad, sensación de seguridad o para señalar nuestra propia importancia? ¿Cuántas veces tenemos entre las manos lo que consideramos nuestra propiedad cuando en realidad no lo es? Aquí no estoy pensando sólo en asuntos materiales, estoy pensando en nuestras muchas «necesidades» que no lo son realmente. Cosas para satisfacer nuestra ansia de seguridad, de tener razón, estar empoderados, demostrarnos a nosotros mismos y a los demás (de hecho, siempre queremos demostrarlo a nosotros mismos, los demás son solo el trasfondo) que somos importantes, que podemos, que a nosotros hay que tenernos en cuenta.

A menudo, en pos de eso que nos parece tan importante, nos quedamos a la fuerza con lo que hemos logrado, lo que consideramos nuestro. Y eso puede ser un trabajo, otras veces una relación con alguien, el matrimonio o tus propios hijos, la posición en un grupo, títulos junto al apellido, incluso la salud. También, por supuesto, bienes materiales. Miramos nuestros «bienes» con miedo y nos parece que el mundo, los demás o incluso el mismo Dios quieren privarnos de ellos. Y así, apretamos y apretamos los puños para que nada se nos escape, para aferrar y controlarlo todo. 

Querida Amiga y Estimado Amigo, hoy te invito a un ejercicio práctico. Lo ideal sería ir a la playa o salir al patio. Si esto no es posible, simplemente compra una bolsa de tierra de jardín. Esto no es una broma. Hazlo; lo importante es que puedas hundir ambas manos en esta tierra o arena, que debe estar suelta y seca. Sumergirlas con los dedos juntos y sacarlas con tanto contenido como te sea posible. Observa con atención. ¿Qué sientes? ¿Qué pensamientos, impresiones estás teniendo? Ahora cierra tus manos. Ábrelas y mira. Ahora apriétalas completamente. Vuelve a abrir las palmas y observa la cantidad de tierra que has logrado conservar. Contempla esta imagen, permite que se introduzca en tu memoria, deja que cale en tu mente. 

¿Cuánta tierra o arena lograste retener en tus manos abiertas? ¿Qué aspecto tenía? ¿Qué cantidad fuiste capaz de retener “a la fuerza»? ¿Cómo estaba? ¿Cómo ha cambiado su aspecto? ¿Qué comprendiste? ¿Qué te dicen tus manos abiertas y cerradas? ¿Qué cosas, personas, bienes de todo tipo y sucesos de la vida estás tratando de agarrar «por fuerza» en tus manos cerradas? ¿Qué peligro tiene esa actitud? 

Te invito a que no solo leas la descripción, sino que hagas el ejercicio. No es lo mismo escuchar o leer sobre algo, que hacerlo. Nuestra propia realidad, la tuya y la mía, cambia con las experiencias, no con descripciones. 

Es trivial pero absolutamente cierto decir que venimos aquí como huéspedes sin nada. Pero no venimos como intrusos, al contrario, venimos como parte, parte necesaria y hasta imprescindible de un todo mayor. Eres un huésped y un peregrino al mismo tiempo. Realmente no puedes retener nada, ni dejar nada solo para ti. Si entiendes que teniendo las manos abiertas se te llenarán de lo que realmente necesitas, se llenarán. Pero si las aprietas, si las cierras, ya no cabrá nada nuevo, bueno y necesario en ellas, ni siquiera tendrá acceso. Al mismo tiempo, debes aceptar el hecho de que algo puede caerse de esas manos abiertas, algo se perderá en el camino. Permítete recibir y entregar. En las manos abiertas cabe mucho más que en los puños cerrados. 

 

Regresa a la historia del principio del post. ESTA NIÑA DE ALGUNA MANERA COMPRENDIÓ EL MISTERIO MÁS GRANDE DE LA VIDA. CUANDO ACEPTÓ RENUNCIAR A AQUELLO POR LO QUE LUCHÓ TANTO, RESULTÓ QUE LO RECUPERÓ «PARA SIEMPRE”. NO ES SÓLO UNA HISTORIETA DE TANTAS. ES LA ESENCIA DE NUESTRA VIDA AQUÍ. CON FRECUENCIA NO TIENES LO QUE TANTO DESEAS, PORQUE TUS MANOS ESTÁN APRETADAS EN UN PUÑO. NADA PUEDE SALIR DE ALLÍ, NADA PUEDE ENTRAR. ÁBRELOS, CONFÍA, DEJA QUE SE LLENEN DE LO QUE QUIERES Y NECESITAS. Y CUANDO ESTÉN LLENOS, RECUERDA: NO CIERRES LOS PUÑOS.

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