Desconectar, pero… ¿para qué?

Desconectar, pero… ¿para qué?

Hablo con muchas personas y en esas conversaciones se repite, como un mantra, el mismo estribillo: desconectar de los problemas, salgo para desconectar, necesito desconectar…, o en forma de consejo dado a los amigos o gente conocida: desconecta, tienes que desconectar, necesitas desconecta, etc.

Querida Amiga y Estimado Amigo, ¿te suena eso? ¿Tú también necesitas desconectar de algo o alguien?

¿Tal vez necesitabas salir para desconectar de una persona o una relación difícil, de un problema agobiante o de la rutina que te mataba y, al llegar al lugar de descanso, no parabas de pensar y de hablar de esa persona o de ese problema? ¿O ibas a pasar un rato agradable con tus amigos y, mientas tanto, “el invitado de honor” era la persona o la situación de la que querías desconectar?

¿Querid@ Lector@, te suena eso? ¿Te das cuenta de la pérdida de tiempo y energía que se da en esos momentos? Resulta que pensando en “desconectar”, seguimos todo el tiempo “conectados”. ¿Dónde está el error?

Hace tiempo me topé con una historia que comenzaba como todos los cuentos de hadas: erase una vez…

Un granjero contrató a un trabajador para hacer algunos arreglos. El joven trabajaba bien, pero, como a veces ocurre, mientras lo hacía se le rompió su sierra eléctrica y, encima, se le estropeó el coche. No faltaba más. Mucho trabajo, más esfuerzo aun y no se veía ningún resultado. Al llegar la noche, el granjero decidió llevar al joven a su casa. En el camino guardaron silencio, el día había sido demasiado fastidioso como para hablar. Al llegar a su casa, el trabajador invitó al granjero a conocer a su familia. Bajaron del coche y, mientras se acercaban a la casa, el joven se detuvo un momento ante un árbol precioso. Posó sus manos sobre su tronco y permaneció largo rato en silencio. Luego se enderezó y sonriendo miró al granjero. Su rostro había cambiado por completo. Ahora era un hombre sereno, tranquilo, radiante. En sus ojos no se veía ni rastro de la pena ni del cansancio presentes hacía un momento. Entraron a casa, saludaron a la familia del joven y el granjero se despidió. El joven lo acompañó hasta el coche. Al pasar al lado del árbol, el granjero curioso preguntó por el misterio de la transformación que había presenciado. Pues mire, le contesto el otro, es mi árbol de las preocupaciones. Cuando vuelvo del trabajo, y antes de entrar a casa, me detengo y cuelgo en sus ramas todos los problemas que vienen conmigo. Los dejo allí y prometo ocuparme de ellos al día siguiente. ¿Pero, sabe qué? Cuando salgo por las mañanas a buscar los problemas en el árbol, no encuentro ni la mitad de lo que dejo por las noches.

Las preocupaciones y problemas de toda índole nos acompañan todos los días y en cualquier ámbito. No podemos evitar que se rompan máquinas, que enfermen las personas, que haya atascos, pérdidas y dolores. Sin embargo, hay muchos problemas que se pueden “colgar” en el “árbol de las preocupaciones” y que pueden esperar su resolución hasta el día siguiente. No hay necesidad de llevarlos a todos los lugares donde vayas y permitirles que ocupen toda tu atención.

Te invito a que observes toda la trayectoria de tus problemas. ¿Dónde te acompañan? ¿Cuánto espacio en tu mente ocupan? ¿Cuánta importancia tienen? ¿Cuánta importancia les otorgas?

Querid@ Amig@, no sé si tienes un árbol para colgar en él tus preocupaciones. Pero tal vez tienes un cubo de basura o un cajón donde podrías dejarlos para el día siguiente o hasta el momento de resolverlos. Sería bueno si pudieras dejarlos fuera de casa, o si no, por lo menos, en el desván, la terraza, el garaje o tú sabrás dónde. Lo importante es que seas consciente de lo que haces. Dejar lo que no se puede resolver en un momento dado no quiere decir olvidar o evitar la responsabilidad. Todo lo contrario: lo tienes guardado para un momento mejor, cuando puedas afrontarlo y actuar. Es un tipo de rito, te ofrezco un guion que puedes desarrollar como te guste. Lo fundamental es que hagas ese acto de desconectar de una manera totalmente consciente. Y luego seas perseverante, porque no hay duda de que los problemas “querrán salirse” de su escondite. Vuelve a meterlos allí. Con un poco de práctica aprenderán a esperar hasta que tú mismo los saques de donde los habías dejado.

Esa práctica te puede servir en tu día a día, y mucho más aun cuando salgas de casa para pasar un rato agradable con la familia, amigos o contigo mismo, cuándo salgas a pasar fuera el fin de semana o unas vacaciones.

El joven del cuento colgaba sus preocupaciones para dedicarse plenamente a sus hijos y a su esposa. Él no quería desconectar para estar vacío. Recuerda que el vacío no existe.

Preocupados por poder desconectar olvidamos que el desconectar es solamente una cara de la moneda. LA OTRA CARA SE LLAMA CONECTAR: CONECTAR CON TU ALMA, CONECTAR CON TU VIDA, CONECTAR CON TUS NECESIDADES PROFUNDAS, CON TUS HIJOS, PADRES, PAREJA, CON GENTE QUERIDA, CON LA NATURALEZA, EL ARTE, LA ALEGRÍA, TU HOBBY O  CON EL UNIVERSO. CONECTAR CON DIOS.

 

Decide con qué o con quién quieres conectar. Tu mente y tu corazón no aguantan quedarse vacíos. Cuando quieras desconectar de algo, date cuenta de a quién o a qué quieres conectarte. Antes de salir, viajar o lo que sea, traza en tu mente lo que quieres conseguir, cómo quieres sentirte, de qué o de quién quieres llenarte.

CONECTA, HAZLO CONSCIENTEMENTE.

 LLÉNATE DE LO QUE NECESITAS, CRÉALO EN TI ANTES DE VERLO HECHO FUERA Y UN DÍA TE DARÁS CUENTA DE QUE NO NECESITAS “DESCONECTAR”. MÁS BIEN ESTARÁS “CONECTADO” CON LOS VALORES QUE TE IMPORTAN DE VERDAD Y EN TU MENTE, COMO EN UN VASO LLENO, SIMPLEMENTE NO HABRÁ SITIO PARA OTRA COSA. 

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