Tus luces y tus sombras (2)

Tus luces y tus sombras (2)

Hablando con alguien sobre mi último post, el de la sombra, mi interlocutor parecía no dar del todo crédito a lo que le decía. Me planteaba preguntas tipo: ¿por qué buscar una sombra cuando alguien se siente feliz y realizado? y ¿realmente todos tenemos algo de sombra? Porque todos conocemos personas que parecen llevar más luz que otras, y tal vez éstas no la tienen…

Puede ser que tú también, Querida Amiga y Estimado Amigo, tengas las mismas preguntas y dudas y querrías planteármelas, pero no te animas o te falta tiempo. Intentaré aclarar alguna duda y enfocar este concepto desde otro ángulo. Lo cierto es que no hay dos seres ni dos historias humanas iguales. Ni pasamos por los mismos traumas en nuestra infancia, ni tuvimos los mismos “ingredientes” que nos formaron desde nuestro primer aliento. Lo que heredamos de nuestros antepasados, lo que oímos y sentimos desde primer momento de nuestra existencia tampoco fue igual. Por tanto, no tenemos que afrontar la misma sombra, al contrario, nuestra sombra es tan individual e irrepetible como lo es cada ser humano. Hay personas que están bastante familiarizadas con su sombra, que no la relegaron al inconsciente, están las que la trabajan toda la vida o las que necesitan esconder menos. Por tanto, vemos en ellas más luz.

Como la sombra se forma desde los primeros años de nuestra infancia no podemos controlarla en esos momentos; al contrario, gracias a esta capacidad nuestra de ocultar en el inconsciente lo que no nos agrada (o lo que no agrada a nuestro entorno) podemos sobrevivir y obtener lo que realmente necesitamos para la vida. Y es que necesitamos ser aceptados, amados, valorados, reconocidos. Como los berrinches, enfados, malos humores, rabietas y cosas por estilo no están bien vistos, quedan relegados a la sombra. Y la capacidad de expresar estas emociones se esconde, o mejor dicho, nunca aprendimos expresarlas de una manera madura. Se esconde, pero no se aniquila, y lo que está oculto sale por otro lado, y además deformado y muchas veces malsano.

Te voy a contar mi propia historia. En mi estructura de personalidad la empatía siempre jugaba un papel importante. Desde muy joven, de una u otra manera ayudaba a las personas de mi alrededor y lo veía como mi propósito de vida, pero también como una obligación y necesidad. Cuando veía a alguien que necesitaba cualquier cosa enseguida se me activaba el “síndrome del salvador” y corría a ayudar, a aconsejar o a cargar con el peso del otro. Todo parecía ir muy bien hasta el momento en que me quedé sin fuerzas, perdiendo salud y sintiendo la incomprensión de mi entorno.

¿Qué sucedió? Simplemente que, al vivir con mucho estrés, intentando satisfacer a todo el mundo, entré en la polaridad negativa de mi perfil de personalidad y comencé a autodestruirme. Me preocupaba tanto por los demás que me olvidaba de mí misma hasta caer en un agotamiento físico y mental brutal. Como además odio los conflictos, hacía cualquier cosa para evitarlos. Por consiguiente, mis problemas personales, las palabras, las emociones no expresadas quedaban en la sombra – hasta un cierto momento. Finalmente caí en la posición de la víctima, culpando a la gente de mi alrededor, en un sentirme no correspondida, no comprendida, ni valorada, ni agradecida… y un largo etc.

Tuvieron que pasar años para poder verme de una manera nueva: serena, sin juicios ni condenas y ser capaz de comprender lo que realmente me ocurrió. (Bueno, en realidad no fue una sola vez sino ciclos repetidos con más o menos intensidad hasta llegar a un momento crítico.) Era la sombra descuidada. En mi vida tomó esa forma y me hizo reaccionar de esa manera.

Me di tiempo para verla, conocerla y familiarizarme con ella. También para abrazarla y aceptarla, reconociendo que es una parte de mí, que no puedo negar su existencia ni tampoco sentirme culpable. Necesité reconciliarme con esta faceta mía y no perderla más de vista. Si la pierdo de vista puede hacerme daño, pero si me doy cuenta de su existencia puedo aprovecharla para mi bien, permitiéndome cuidarme de mí misma, aceptar que no puedo ni tengo que “salvar” a todo el mundo, y permitir que otros carguen con sus vidas. Y, sobre todo, salir del papel de víctima. Todo eso lo pude hacer tan pronto como me acerqué a mi sombra, cuando reconocí su existencia en mi vida.

En algún momento tuve una jefa que, por un lado, era una persona extraordinaria. Al ser muy perfeccionista y metódica era capaz de llevar su empresa con gran orden y éxito pero, al mismo tiempo, cuando las cosas no iban según lo esperado, se obsesionaba por el control. No dejaba respirar a la gente, tenía que controlar todo y además creaba un ambiente histérico. Como puedes observar, ese otro lado de su personalidad era su sombra nunca reconocida ni atendida por ella.

Y otro ejemplo. Un conocido mío no aguanta a la gente tacaña y mezquina. Hasta tal punto que, como dice en ocasiones, desprecia a tales miserables. Al mismo tiempo suele subrayar su propia generosidad y, desde luego, en ocasiones, se muestra generoso. Sin embargo, en muchas otras es capaz de pelear por unos céntimos y no tiene problema en tachar a la gente de ladrones si en una tienda le dicen que faltan 20 céntimos. Su propia actitud frente al dinero no es del todo clara y él mismo no se da cuenta de ello. Es la sombra inconsciente.

Querida Lectora y Amable Lector, te cuento mis historias personales y no pretendo con ello agotar el tema. Los ejemplos que hoy te traigo son para que veas cómo nuestra sombra puede manifestarse y realmente ensombrecer la vida.

Si quieres conocer lo que ensombrece la tuya observa tus propias reacciones. Si en determinadas situaciones siempre reaccionas de la misma manera, si tu reacción es desproporcionada – ahí habrá algo de sombra. Sigue ese hilo, te llevará al ovillo. No intentes conocer de golpe toda tu sombra; centra tu atención en una emoción, en un pensamiento recurrente, frustración o miedo. Pregúntate de dónde viene, cuál fue su causa, en qué momento se formó. Lo fundamental es no emitir juicios, no condenar. Solo observa, mira lo que hay. Lo primero que se activa es el juicio. Olvídalo. Siente la curiosidad de un científico que sin juzgar ni emitir opiniones solo observa. Haz tú lo mismo con tu sombra.

Admite lo que veas, no comiences a pensar si te gusta o no. En caso contrario, tu sombra se esconderá. Nadie quiere ser criticado, tu sombra tampoco.

Conócela, acepta que existe. Observa en qué situaciones se activa.

Ese es un paso muy importante. No basta saber que algo existe, la mente enseguida va a buscar mil justificaciones o condenas. Por eso, al principio sólo observa.

DATE TIEMPO. LO NECESITAS PARA ADMITIR SU EXISTENCIA, CONOCER CÓMO SE MANIFIESTA Y FINALMENTE RECONCILIARTE CON ESA REALIDAD TUYA. YA LLEGARÁ EL MOMENTO DE DAR UN PASO MÁS. Te lo contaré.
Un abrazo.

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